Se habla poco de las dos almas que hay en CiU, pero existen. Una es cada vez más independentista y la otra, ni lo es, ni quiere serlo.
Por eso la democristiana Joana Ortega desmintió que CiU busque realizar un referéndum para segregar Cataluña de España. Sin embargo, Artur Mas había declarado lo que pretende: primero, enterrar el Estatuto, después el concierto económico y más tarde la independencia.
Los dos hechos más relevantes de esta discusión pública entre socios son: que la protagonizan el cabeza de la lista de CiU, aspirante a presidir el Gobierno de Cataluña, y la segunda de su lista y que Joana Ortega no ha sido ni rectificada ni apartada.
La falta de coincidencia entre las dos almas de CiU augura que, en caso de que llegaran a gobernar, tendríamos otro tripartito, ya que el bipartito de CiU necesitará apoyos externos para llegar a la mayoría (ERC, Carretero y/o Laporta).
Con estos mimbres difícilmente se constituye ni un gobierno estable, ni fuerte, como anuncian, sino que nos encontraremos ante una situación que se parecería mucho al actual. Un gobierno de coalición con intereses y proyectos dispares de sus componentes, pero esta vez decantado hacia el soberanismo. Es decir orientado a la confrontación con el resto de España y sin ningún elemento de moderación.
Habrá quien quiera alegar que esta situación no es nueva, que ya se habían producido aritméticas parlamentarias similares en las primeras legislaturas de Jordi Pujol, pero yo creo que el resultado ahora será diferente.
Ni Artur Mas es Jordi Pujol, ni actuará como él, ni el núcleo duro de Convergencia (declarados independentistas) se lo permitirá. Pero tampoco tiene la autoridad moral que había alcanzado su antecesor para poner orden.
Esta vez, ni gobernando juntas estas almas estarían unidas. Y mucho menos con la muleta externa que necesitará.
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