miércoles, 17 de junio de 2009

La generación del Baix


Permitirme que, por una vez y sin que sirva de precedente, haga una loa y reivindicación de mi “patria chica” (política y sindical) es decir, de las gentes del Baix Llobregat.

Ayer, 16 de junio de 2009, mientras se inauguraba la terminal T-1 del Aeropuerto del Prat, yo no podía dejar de recordar a aquella juventud - y otras personas con no tanta juventud - que hace 25 ó 30 años intentaban “subir el Bajo” (entonces se le llamaba el Bajo Llobregat), y pensaba cómo el horizonte que entonces dibujaron, hoy seguía materializándose.

Eran personas ilusionadas, pero no ilusas, que con su actuación conjunta y coordinada desde las administraciones, sindicales, empresariales, culturales o asociativas (locales y comarcales), lideraron la transformación social y económica de su entorno más próximo. Eso sí, pensándolo con una perspectiva catalana, española, europea y global.

Al tiempo que se “comían el marrón” imaginaban un futuro posible, creíble y construible. Para gestionar la durísima reconversión industrial que llevó al paro al 30% de la población activa, encauzaron los esfuerzos y sacrificios hacia la digna reconstrucción de la ciudadanía, su entono social y urbano y el entramado empresarial.

A pesar de las dificultades – o precisamente por ello - además de abordar las necesidades urgentes: el paro, el alcantarillado, el asfaltado o el arbolado de las calles, las escuelas o los ambulatorios, la atención social y la atracción de empresas, sabían que había que construir el futuro. Imaginarlo y construirlo.

Sin esa generación del Baix Llobregat: la de los Montilla, los Tejedor, los Navales, los García y la de tantos…. y tantos otros, que a su vez recogía el testigo de la generación anterior: la de los Luque o los Ramos, no hubiera sido posible.

Estaba legitimada para quejarse y exigir, pero no sólo quería quejarse y exigir. Buscaba reconstruir una comarca esquilmada por la especulación y trabajaba para que el progreso social y medioambiental, no fuera de nuevo, la víctima propiciatoria del desarrollo económico, como ocurre siempre que se deja que otros lo conduzcan sin que se participe en él.

Sin el ahínco, la inteligencia y el sentido común de esa generación ni el rio se habría desviado, ni el puerto ampliado, ni habría ZAL, ni “pata sur”, ni UPC en Castelldefels, ni la SEAT en Martorell, ni la T-1 funcionaría.

Con ella ha sido posible, contra ella era imposible.

¡Ahora algunos dicen que todo eso lo consiguieron ellos, en un hotel – el Majestic - y con una firma!

Quizás, hasta puede ser verdad que ayudaron en algún momento, pero como decía Brecht: “cuando admiren las Pirámides de Egipto, piensen en los obreros que las hicieron y no sólo en los faraones, que las encargaron”.

miércoles, 10 de junio de 2009

Menospreciar lo conseguido


Ya falta poco. Ahora está en pruebas, pero dentro de unos días funcionará.

Finalmente, de la nueva planta de desalinización del Prat de Llobregat, saldrá agua apta para el consumo humano, cubriendo una parte importante de las necesidades del Área Metropolitana de Barcelona.

Con ella, se habrá dado un nuevo paso más hacia uno de los objetivos que la humanidad persigue desde sus primeros albores, la independencia; la independencia sobre las limitaciones que nos imponen los elementos naturales.

Una independencia que no se basa en su menosprecio, sino todo lo contario. Una independencia capaz de reconocerles su capacidad y potencia, de crear y de destruir, de producir bienestar y malestar, que se basa en aprovechar lo que tienen de positivo y reducir lo negativo.

Aun así la mayoría de la ciudadanía cuando abra el grifo lo hará con la cotidianeidad de quien está realizando algo normal, no será un gesto o una gesta histórica o épica, pues en esta parte del mundo consideramos normal que al abrir el grifo salga agua.

Tranquilos como estamos porque los pantanos están llenos, y ya tenemos la solución, sería conveniente recordar lo qué discutíamos y cómo lo discutíamos, hace sólo un año. Deberíamos reconocer y valorar lo hecho y conseguido, pero como casi siempre: ¡no lo haremos!

Reconocer lo logrado no reduce los problemas actuales, ni los que vendrán, pero menospreciar lo conseguido nos lleva al fracaso futuro.

Si las soluciones se descuentan rápidamente y los problemas se magnifican, nos instalaremos en la insatisfacción permanente y perderemos las oportunidades de futuro que se cimenten en el aprendizaje y el esfuerzo de la superación de los problemas del pasado.

No se trata de quedar enredados y enganchados en el pasado como si fuera una tela de araña, pero sin memoria y sin aprehender, y aprender, de los resultados positivos y negativos de nuestra acción, no es posible el progreso. Quizás creceremos, pero seguro que no maduraremos.

Algunos de los males que aquejan nuestra sociedad como el Alzheimer, el menosprecio a lo conseguido, el adanismo, o el inmediatismo compulsivo producen –todos ellos -unos terribles efectos comunes; nos anulan como sujetos individuales o colectivos, diluyen nuestra memoria y debilitan la cultura de la superación basada en el esfuerzo individual y colectivo.