miércoles, 25 de marzo de 2009

Compromiso para salir


Una reciente encuesta señalaba que lo que más preocupa la gente son los efectos negativos que la crisis económica global tiene sobre su economía particular.

Para afrontarlos creen que su gobierno, lo que preside José Montilla, y la oposición, la de Artur Mas, se tendrían que poner de acuerdo en gamella salir de la crisis e incluso gobernar juntos.

Eso último parece muy difícil, para no decir imposible. Ninguna de las cuatro fuerzas políticas implicadas (PSC, CiU, ERC y ICV-EUiA) no parece dispuestas a hacerlo. No obstante, la colaboración es posible y deseable, aunque no suponga la formación de un gobierno conjunto.

Articular esta colaboración requiere: coincidencia en las actuaciones a emprender; un clima político en lo que prevalezca por encima de todo la solución de los problemas de la gente a los intereses partidarios; y un consenso equilibrado con y entre los agentes sociales para gestionar los sacrificios y los cambios que conjunta y colectivamente tienen que hacer.

Íbamos bien, o al menos eso parecía. En menos de una semana el Presidente Montilla y Artur Mas habían explicitado sus reflexiones y sus propuestas, en dos actos públicos. No eran las mismas propuestas, en algunos temas eran contrapuestas, en otras complementarias y en otros coincidentes.

Es lógico e incluso normal, son fuerzas diferentes. Pero se cumplía el primer requisito para llegar alcanzar un entendimiento: constatar que a pesar de no se dice lo mismo hay espacio para que la negociación no suponga una imposición pura y dura sobre el otro.

Parecía que CiU estaba dispuesta a invertir en responsabilidad, que había comprendido la rentabilidad social, política e incluso partidaria de poner los intereses de la gente por delante del efectismo y los intereses a corto plazo de la suya bastante política, que abandonaba la estrategia de la radicalidad soberanista que disputa con ERC para sumergirse en la lucha porpara la centralidad que hoy representa al Presidente y que llegar a acuerdos con el Gobierno no le es necesariamente negativo.

Pero el tema ya se ha torcido. Por una parte Artur Mas ha salido diciendo que el acuerdo es: ¿su propuesta, si ésta se su concepción de una negociación, difícilmente prosperará un acuerdo y, por otra parte (¿o quizás es la misma?) Felip Puig - sucursalizandola política catalana - ha condicionando los acuerdos sobre economía aquí, a que Zapatero avale allí sus intereses partidarios. ¡Han cauterizado las expectativas antes de que pudieran crecer!.

A todos - CiU incluida - nos iría mejor si sustituyeran el "contra peor, mejor" y escucharan aquello que la gente les pide: que comprometan en la salida de la crisis.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Dirección y sentido


La dirección y el sentido no son lo mismo. Son las dos características que definen un movimiento o desplazamiento.

A pesar de no ser sinónimos, habitualmente cuando hablamos las confundimos y las utilizamos indistintamente y así decimos ir en "dirección contraria" en vez de "sentido contrario".

Para que todo no sea tanto conceptual, pondré un ejemplo. Las vías de un tren son la dirección y el sentido es aquello que define si estamos en el tren correcto o nos alejamos de nuestro destino.

Lo mismo sucede con las apelaciones a un gran acuerdo económico, social y político para abordar la crisis; a la conveniencia de unos nuevos pactos de la Moncloa. Hay muchas y variadas.

Todas ellas coinciden en señalar una misma dirección: "que haya pacto", pero difieren en el sentido de las reformas que tiene que contener.

Éste es hoy el principal obstáculo a superar, el sentido del pacto. Para que haya pacto tiene que haber voluntad de acordar, pero para que sea útil tiene que ir en el sentido correcto.

Los pactos de la Moncloa fueron posibles y útiles porque no sólo había conciencia sino también había coincidencia; coincidencia en su necesidad, en los problemas a resolver y en la forma de afrontarlos.

Hoy, todavía no estamos en este estadio. Hay conciencia de la dimensión de la crisis y de la necesidad de la colaboración de todos, pero todavía no hay coincidencia total sobre qué negociar y acordar.

Resulta esperanzador que presidentes tan diferentes como el de la Generalitat, José Montilla o el del BBVA, Francisco González, coincidan a proponer reformas orientadas hacia un cambio del modelo productivo, que mejore lo que hacemos y cómo lo hacemos. Éstas son la dirección y el sentido correctos.

Para alcanzarlas es imprescindible que, como hizo el Presidente Montilla en su exposición en la Conferencia ante el Cercle Financer de “La Caixa”, se combinen adecuadamente las medidas inmediatas, coyunturales y paliativas de las necesidades de las personas y las empresas más afectadas, con la preparación y desarrollo de aquellas reformas estructurales que nos harán falta para salir fortalecidos de la crisis.

Especialmente ilustrativo de esta idea me parece el tipo de reforma de las relaciones laborales - que no del mercado de trabajo - que planteaba, después de rechazar como receta el abaratamiento del despido. Decía: "si tenemos que transitar hacia un modelo productivo de más valor añadido, tendremos que convenir todos juntos, que, con el sistema de relaciones laborales actual, más pensado para gestionar la fuerza de trabajo que el conocimiento, no nos saldremos". Señala la dirección (reforma de relaciones laborales), y fija el sentido (acoplarlo al nuevo modelo económico).

Eso contrasta con aquéllos que sólo se quedan en superficie o los que defienden medidas que no nos moverían de donde estamos. Unos, los primeros, piden unos nuevos pactos de la Moncloa, pero son incapaces de ir más allá y concretar, los otros sacan el polvo a todas las viejas reivindicaciones y planteamientos que no han conseguido durante años.

¿Quién se cree que superaremos los problemas de una economía basada en la especulación inmobiliaria, la mano de obra barata, los productos y servicios de poco valor añadido y el alto endeudamiento de empresas y familias mediante el abaratamiento del despido, el puenteo al sistema financiero, la desregulación sin control público o la rebaja de impuestos, como proponía el líder de la oposición catalana, Artur Mas, hace uno días en una entrevista?

Sin una dirección y un sentido correctos no se dará el pacto, que articule el esfuerzo y el sacrificio colectivo necesario para salir de la crisis.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Hágamelo como yo quiero



Con un poco más madurez y humildad, por su parte, nos irían mejor, a todos.

Haber causado muchos de los problemas económicos que vivimos no parece que sea suficiente para asumir la responsabilidad sobre aquello que se ha hecho. ¡Más bien al contrario!

Aquéllos que más mal han causado, por su exceso de avaricia y exposición a riesgos irracionales o por su falta de escrúpulos y responsabilidad, son precisamente los que más vociferan y exigen. Igual que los niños maleducados.

Nos encontramos con sectores financieros que habiendo conducido el sistema bancario hasta el umbral del acantilado, ahora exigen que los rescatemos, que les demos dinero público, pero sin control ni participación, refugiándose en la peregrina excusa que el sector público es ineficiente. Y que eso lo digan los campeones de la ineficiencia, sin ruborizarse.

O vemos como consultores empresariales que fueron incapaces de advertir a sus clientes sobre prácticas incorrectas o inadecuadas, ahora claman para que se modifiquen, sin acuerdo, las reglas del juego: abaratando el despido improcedente o pretenden que no se tengan que demostrar a la administración o las personas afectadas las causas por las cuales perderán su trabajo. Además formulan esa exigencia en nombre de la creación de ocupación que han puesto en peligro.

Todo antes que reconocer sus errores y exigiendo que se lo arreglemos como ellos quieren, que no es necesariamente como se necesita.

A todo el mundo nos gusta que nos traten como niños, que nos cuiden, que nos mimen, que nos protejan, que nos perdonen las travesuras y que los mayores paguen los desperfectos que causamos. Pero con actitudes infantiles, no superaremos los problemas.

No sólo necesitamos actuar como personas adultas, es decir asumiendo con humildad las consecuencias de nuestros actos, sino que se tiene que reflexionar sobre los errores cometidos, determinar dónde queremos ir, proponer las actuaciones urgentes y las correcciones a medio y largo plazo.

Ésta ha de ser la pauta de comportamiento que tiene que prosperar. No aprovecharemos para rectificar los errores si nos dejamos llevar por la impaciencia y las impertinencias de aquéllos que ahora, como antes, defienden que sólo hay pensamiento único y correcto, el suyo.

Si nos dedicamos a atender sus "Hágamelo como yo quiero" dejaremos de hacer lo que se tiene que hacer y además continuaremos malcriándoles.