El Gobierno anunció la semana pasada las duras medidas con las que pretende acelerar el proceso de ajuste de la economía española, que había presentado en Enero ante la UE mediante el Plan de estabilidad 2009-2013, siendo aceptado entonces.
Aquel era un plan escalonado y por ello menos duro.
Un plan que cumplía con el compromiso europeo que el déficit conjunto de todas las administraciones públicas bajara desde el 11'2% actual hasta el 3%, en el 2013. Para ello, acompasaba la recuperación del crecimiento económico, el inicio de la creación neta de empleo, con la retirada de las ayudas públicas de apoyo al crecimiento y el mantenimiento de la protección social. Finalmente, no ha podido ser.
La cruel paradoja es que ese endurecimiento del ajuste llegue en el mismo momento que España sale técnicamente de la recesión.
La explicación a ese giro cabe encontrarla en la respuesta conjunta de Europa a los ataques especulativos contra el euro: se ha exigido a ella misma más rigor presupuestario y reformas estructurales.
Europa necesita acudir al envite para embridar a los mercados, es decir regularlos, con menor dependencia de ellos, por eso crea un fondo de ayuda mutua de 750.000 M€ y fuerza la marcha de los ajustes.
Ahora bien, si el objetivo no lo pone casi nadie en duda, el camino emprendido sí. La oposición de los sindicatos a los recortes salariales estaba cantada, pero el desacuerdo con fuerzas políticas que han venido reclamando medidas similares resulta difícil de explicar.
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