miércoles, 4 de marzo de 2009

Hágamelo como yo quiero



Con un poco más madurez y humildad, por su parte, nos irían mejor, a todos.

Haber causado muchos de los problemas económicos que vivimos no parece que sea suficiente para asumir la responsabilidad sobre aquello que se ha hecho. ¡Más bien al contrario!

Aquéllos que más mal han causado, por su exceso de avaricia y exposición a riesgos irracionales o por su falta de escrúpulos y responsabilidad, son precisamente los que más vociferan y exigen. Igual que los niños maleducados.

Nos encontramos con sectores financieros que habiendo conducido el sistema bancario hasta el umbral del acantilado, ahora exigen que los rescatemos, que les demos dinero público, pero sin control ni participación, refugiándose en la peregrina excusa que el sector público es ineficiente. Y que eso lo digan los campeones de la ineficiencia, sin ruborizarse.

O vemos como consultores empresariales que fueron incapaces de advertir a sus clientes sobre prácticas incorrectas o inadecuadas, ahora claman para que se modifiquen, sin acuerdo, las reglas del juego: abaratando el despido improcedente o pretenden que no se tengan que demostrar a la administración o las personas afectadas las causas por las cuales perderán su trabajo. Además formulan esa exigencia en nombre de la creación de ocupación que han puesto en peligro.

Todo antes que reconocer sus errores y exigiendo que se lo arreglemos como ellos quieren, que no es necesariamente como se necesita.

A todo el mundo nos gusta que nos traten como niños, que nos cuiden, que nos mimen, que nos protejan, que nos perdonen las travesuras y que los mayores paguen los desperfectos que causamos. Pero con actitudes infantiles, no superaremos los problemas.

No sólo necesitamos actuar como personas adultas, es decir asumiendo con humildad las consecuencias de nuestros actos, sino que se tiene que reflexionar sobre los errores cometidos, determinar dónde queremos ir, proponer las actuaciones urgentes y las correcciones a medio y largo plazo.

Ésta ha de ser la pauta de comportamiento que tiene que prosperar. No aprovecharemos para rectificar los errores si nos dejamos llevar por la impaciencia y las impertinencias de aquéllos que ahora, como antes, defienden que sólo hay pensamiento único y correcto, el suyo.

Si nos dedicamos a atender sus "Hágamelo como yo quiero" dejaremos de hacer lo que se tiene que hacer y además continuaremos malcriándoles.

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