Desde la, en otros tiempos, rutilante e influyente Cumbre Mundial Económica (Fòrum Davos) nos llegan mensajes impregnados de:
Desconcierto, porque su mundo financiero-especulativo se ha hundido. La globalización que defendían, basada en la ausencia de reglas y muchas veces de ética empresarial, ha demostrado que sirve para que el mercado haga crecer la economía de forma tan rápida y potente como las contradicciones y los problemas sociales y económicos que acumula, llevándonos hacia el colapso.
Impotencia, porque no pueden ofrecer ni ideas, ni soluciones y además son incapaces de reconocer sus errores. Su "liberalismo económico" los impide dar apoyo y ver como positiva la intervención de los poderes públicos cuando actúa al rescate de los problemas que han generado, e incluso la abominan, descalificándola como proteccionismo.
Pesimismo rayando el catastrofismo, porque saben que sin políticas públicas y concertadas a nivel mundial la crisis será más dura - cómo sucedió en el crack del 29 - pero su "religión" se lo prohíbe. ¡Para ellos, si no hay intervención pública, mal! y ¡si la hay, peor!, y por eso las previsiones que hacen son lo peor de lo peor.
Preocupación, por las convulsiones sociales que la crisis puede originar. Quizás por eso han sido tan atentos en los dirigentes políticos de Rusia y la China, donde el capitalismo continúa creciendo bajo formas de fuerte autoritarismo y control social.
Depresión, porque - como dice Miquel Roca - esta crisis posiblemente acabará con "su" mundo, pero no con "el" mundo.
No tendríamos que perder el tiempo ocupándonos de sus estados de ánimo, ni dejar que nos contagien. ¡Suficientes problemas nos han creado!
Lo que necesitamos es lo que allí no han hecho durante años: analizar, proponer, promocionar y estructurar un modelo económico mundial productivo de bienes y servicios, respetuoso con el planeta, las personas y sus derechos, no al revés.
Y eso no lo harán esos "gurús".
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