miércoles, 18 de marzo de 2009

Dirección y sentido


La dirección y el sentido no son lo mismo. Son las dos características que definen un movimiento o desplazamiento.

A pesar de no ser sinónimos, habitualmente cuando hablamos las confundimos y las utilizamos indistintamente y así decimos ir en "dirección contraria" en vez de "sentido contrario".

Para que todo no sea tanto conceptual, pondré un ejemplo. Las vías de un tren son la dirección y el sentido es aquello que define si estamos en el tren correcto o nos alejamos de nuestro destino.

Lo mismo sucede con las apelaciones a un gran acuerdo económico, social y político para abordar la crisis; a la conveniencia de unos nuevos pactos de la Moncloa. Hay muchas y variadas.

Todas ellas coinciden en señalar una misma dirección: "que haya pacto", pero difieren en el sentido de las reformas que tiene que contener.

Éste es hoy el principal obstáculo a superar, el sentido del pacto. Para que haya pacto tiene que haber voluntad de acordar, pero para que sea útil tiene que ir en el sentido correcto.

Los pactos de la Moncloa fueron posibles y útiles porque no sólo había conciencia sino también había coincidencia; coincidencia en su necesidad, en los problemas a resolver y en la forma de afrontarlos.

Hoy, todavía no estamos en este estadio. Hay conciencia de la dimensión de la crisis y de la necesidad de la colaboración de todos, pero todavía no hay coincidencia total sobre qué negociar y acordar.

Resulta esperanzador que presidentes tan diferentes como el de la Generalitat, José Montilla o el del BBVA, Francisco González, coincidan a proponer reformas orientadas hacia un cambio del modelo productivo, que mejore lo que hacemos y cómo lo hacemos. Éstas son la dirección y el sentido correctos.

Para alcanzarlas es imprescindible que, como hizo el Presidente Montilla en su exposición en la Conferencia ante el Cercle Financer de “La Caixa”, se combinen adecuadamente las medidas inmediatas, coyunturales y paliativas de las necesidades de las personas y las empresas más afectadas, con la preparación y desarrollo de aquellas reformas estructurales que nos harán falta para salir fortalecidos de la crisis.

Especialmente ilustrativo de esta idea me parece el tipo de reforma de las relaciones laborales - que no del mercado de trabajo - que planteaba, después de rechazar como receta el abaratamiento del despido. Decía: "si tenemos que transitar hacia un modelo productivo de más valor añadido, tendremos que convenir todos juntos, que, con el sistema de relaciones laborales actual, más pensado para gestionar la fuerza de trabajo que el conocimiento, no nos saldremos". Señala la dirección (reforma de relaciones laborales), y fija el sentido (acoplarlo al nuevo modelo económico).

Eso contrasta con aquéllos que sólo se quedan en superficie o los que defienden medidas que no nos moverían de donde estamos. Unos, los primeros, piden unos nuevos pactos de la Moncloa, pero son incapaces de ir más allá y concretar, los otros sacan el polvo a todas las viejas reivindicaciones y planteamientos que no han conseguido durante años.

¿Quién se cree que superaremos los problemas de una economía basada en la especulación inmobiliaria, la mano de obra barata, los productos y servicios de poco valor añadido y el alto endeudamiento de empresas y familias mediante el abaratamiento del despido, el puenteo al sistema financiero, la desregulación sin control público o la rebaja de impuestos, como proponía el líder de la oposición catalana, Artur Mas, hace uno días en una entrevista?

Sin una dirección y un sentido correctos no se dará el pacto, que articule el esfuerzo y el sacrificio colectivo necesario para salir de la crisis.

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